Algo difícil de erradicar…

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Aunque no nos parezca y que tampoco nos guste, los animales podrían darnos lecciones en materia de prevención y seguridad y está comprobado que el ser humano es el único que puede tropezar varias veces con la misma piedra.

Muy en el fondo seguimos siendo primitivos, en ciertos sentidos y, por ejemplo, el enajenante uso (y abuso) de los fuegos artificiales están vinculados con épocas remotas, oscuras y desquiciadas en los albores de las distintas culturas y civilizaciones.

El fuego fascinó siempre al hombre (aunque tal vez menos a la mujer) y se sabe que existió Abraxas, que era el nombre que se le dio a un Dios asociado al “bien” y al “mal” y adorado por ser representante del fuego. 

Más tarde, en el Siglo IX de nuestra era surge la pólvora inventada en China para hacer fuegos artificiales y armas y los bizantinos y los árabes la introdujeron en Europa alrededor del 1200.

Las sucesivas desgracias provocadas por la pirotécnica deberían habernos enseñado a regular, con estrictas medidas, este tipo de entretención (¿?), pero está claro que no se han aprendido las dolorosas lecciones y Chile no es, para nada, una excepción.

La historia dice que era la fiesta de Año Nuevo de 1953, en Valparaíso, cuando en la madrugada comenzó a quemarse material de una barraca en avenida Brasil, sin duda por efecto de los miles de fuegos artificiales que fueron lanzados esa noche.

El incendio avanzó rápidamente y alcanzó a los patios y bodegas del Departamento de Caminos del puerto, precisamente donde se hallaban depósitos de combustibles, pólvora y dinamita.

La acción de bomberos no fue advertida de estos fatales productos, los que generaron explosiones en cadena que acabaron con la vida de 50 personas (36 de ellos bomberos), y dejaron 320 heridos graves.

Pero el tiempo pasa; la gente olvida y actualmente, aunque está prohibida la importación, distribución, venta y uso de fuegos artificiales, se trasgreden las normas y lo que debieran ser noches alegres, pero seguras y tranquilas, son jornadas de estruendos absurdos que angustian especialmente a los perros varios de los cuales han muerto, literalmente “de miedo”.

Pese a llamados de instituciones como Coaniquem, esta lacra, de huellas dramáticas, está lejos de ser erradicada.