Entrevista. “Se trata de un Chile que despierta después de una historia entera de abusos”, manifestó el académico, durante un diálogo donde reflexiona sobre la actualidad política del país.
Talca. En esta entrevista el director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule (UCM), Javier Agüero Águila, reflexiona sobre la actualidad política del país.
Mucho se ha conversado/analizado sobre el denominado “Estallido Social” de octubre de 2019. Sin embargo, en esta oportunidad, ¿Cuál podría ser su análisis político y social sobre ese “despertar de la sociedad chilena” con respecto a los resultados de las últimas elecciones?
“El punto es que son fenómenos correlativos. Es algo casi evidente, estamos claros, pero no hay ni plebiscito por la nueva Constitución en octubre de 2020 –y de paso enterrar la del 80– ni elección de constituyentes en 2021, sin el Estallido Social de 2019. No podríamos en este sentido aislar simplemente los fenómenos, sino más más bien hablar de un proceso estructural de transformación de la sociedad chilena que se relaciona, primero, con décadas de deliberado abuso neoliberal y generalizado que estalla en octubre y que, en segundo lugar, lentamente entra en un proceso de institucionalización que termina con las elecciones recién pasadas. Aquí hay dos cosas que me gustaría destacar. Primero que asistimos a un proceso, lo que también es bien evidente, que he denominado en otros lados el ‘desbloqueo’. Se trata de que las elecciones de hace ya casi tres semanas terminaron con la Concertación y la derecha en términos de distribución del poder. Esto no es menor, puesto que la política de los consensos a las cuales nos habíamos habituado se evapora e irrumpen fuerzas nuevas que van a destrabar, sin duda, la pura lógica de los acuerdos.
Y, en segundo lugar, constatar que un cierto sector que fue partícipe del estallido de octubre y que podríamos identificar en la Lista del Pueblo, por ejemplo, que estuvo en la calle, marchó, levantó consignas y fue de frente contra la institucionalidad del momento, entra hoy, también, a la institucionalidad, una distinta, por cierto, pero institucionalidad al fin. Redactar una nueva Constitución es un acto fuertemente republicano e institucional. No veo esto como algo necesariamente negativo, por el contrario, es una suerte de estándar histórico. Los estallidos sociales, revueltas, revoluciones o como quiera llamárseles, en algún momento se institucionalizan. Para la redacción de nuestra nueva Constitución me parece muy importante que estén presentes estas fuerzas nuevas y que representen, igualmente, la voz de las/os postergadas/os históricas/os que ha sido silenciada por la tradicional oligarquía chilena”.
¿Cuál es la lectura que usted -como filósofo- hace sobre el Chile actual?
“Muy en sintonía con lo anterior se trata de un Chile que despierta después de una historia entera de abusos y en donde hombres y mujeres se reconocen en otros individuos que conforman un mismo espacio. Chile deja de ser simplemente una economía y pasa, de a poco, a transformarse en una sociedad con un núcleo vinculante que no debe ser el mercado, sino una dimensión solidaria en la que podamos sentirnos parte de algo colectivo, abandonando el individualismo radical y brutal al que por décadas nos sometió el modelo.
Todo esto no significa el fin de la política. El poder igual va a ser disputado y, probablemente, veremos repetirse viejos y conocidos vicios. Sin embargo, hay algo de fondo que nos permite creer en que algo cambió en lo profundo de la sociedad chilena. Esto requiere maduración, yo no levantaría los brazos tan rápidamente celebrando el triunfo final. Chile tiene que darse el tiempo de re-conocerse en este nuevo tramo histórico y, progresivamente, ir dejando atrás la tragedia del individualismo. Los procesos sociales requieren de un proceso de racionalización y sedimentación. No obstante todo lo anterior, me quedo con la frase del sociólogo Manuel Canales después de las últimas elecciones: ‘En Chile triunfó la otredad’.
¿Cree usted que el proceso constituyente será capaz de encauzar la crisis institucional que atraviesa el país?
“Eso es lo que esperamos todas/os, pero ni la Asamblea Constituyente ni la Constitución van a resolver los problemas inmediatos que atraviesa la sociedad chilena. Ambas instancias no son un antídoto instantáneo contra los cánceres que por siglos se han enquistado en la sociedad chilena. Estos procesos requieren de algo así como una ‘fermentación cultural’, tienen que madurar. La Asamblea Constituyente nos va a permitir dar cuenta y apreciar una nueva forma de hacer política donde el consenso por el consenso, o el consenso como gran y único vector de la democracia será superado. Esperamos ver disentir, enfrentar posiciones sin que los cálculos lo definan todo. En ese sentido, es lo que se espera, la política chilena, claramente, entrará en una nueva etapa que debe consolidar su propia ruta junto a los pueblos originarios, las mujeres (que por primera vez en la historia conforman la mitad de una instancia pública), los movimientos sociales, en fin.
Después la nueva Constitución debería, igual y gradualmente, generar un nuevo sujeto. Las constituciones son muy determinantes, no solo porque definen las reglas del juego, deberes y derechos, sino porque, al final del día, lo que producen, es un tipo de racionalidad que involucra, igualmente, la emergencia de individuos particulares. Si la Constitución del 80 construyó un sujeto desideologizado/a, aspiracional y fuertemente individualista, lo que esperamos es que la nueva haga emerger uno/a politizado/a, colectivizado/a y en donde la idea de lo común sea el punto de encuentro. Nunca más la falsa ideología del mérito ni la autogestión. Eso es, insisto, lo que se espera, pero para esto hay que darles tiempo a los procesos sociales. Estos tienen su propia temporalidad”.