La historia de la medicina en el mundo es casi tan antigua como la propia humanidad, concebida como fruto de las culturas y civilizaciones más remotas, y su desarrollo, adelanto y progreso, en los últimos milenios, siglos y décadas, ha sido asombroso.
Tanto es así, que el logro de las primeras vacunas contra el actual y devastador Covid-19 se ha alcanzado en “tiempo récord” (menos de un año), comparadas con las obtenidas en otras pandemias o epidemias ocurridas en el pasado.
Si bien es cierto, la construcción y habilitación de los hospitales no siempre va de acuerdo con el crecimiento de la población y las necesidades que demanda, debe reconocerse la permanente y muchas veces agotadora tarea de los médicos y los profesionales en general que laboran en esta área tan vital de la sociedad.
Y este escenario se da tanto en el área pública como en la privada, lo que ha quedado aún más en evidencia con las exigencias y urgencias que determina la pandemia del Coronavirus.
Como se recordará, ha habido noches en que las personas se asomaban a sus ventanas durante la noche para hacer sentir sus aplausos como una forma de reconocer y agradecer su noble y agotadora labor.
A esta altura, todas las líneas expresadas en este texto vendrían a constituir la parte medio llena del vaso o (como sugiere nuestro título) el lado “dulce” del tema de salud.
Pero –como ocurre con muchas cosas en el quehacer humano– nada ni nadie es perfecto y en la parte del “agraz” están los casos de lamentables errores humanos que suelen cometerse y que afectan –de las más variadas formas– a algunos pacientes y a sus respectivos grupos familiares.
Es cierto que casi en el 100 por ciento de estos lamentables episodios, no podría hablarse de dolo o intención premeditada de perjudicar a un enfermo, pero sí está presente, en varios casos, el concepto de “negligencia culposa”.
Ejemplos de situaciones negativas y dramáticamente irregulares sobran y así, por ejemplo, están las “guaguas cambiadas”; los difuntos entregados a las familias equivocadas y hasta un paciente que aparecía como “dado de alta” cuando en realidad había fallecido.
Lamentablemente, la larga historia de la medicina –en Chile y el mundo entero– tiene una gran parte dulce, pero también hay un notorio segmento con sabor agraz.