Historia. “Soy feliz con todo lo que hago… siempre le pongo harto cariño”, nos cuenta Francisco Silva Rojas (47), un particular personaje, muy locuaz e hiperactivo de toda una vida, que ha sido emprendedor desde temprana edad, habiendo incursionado en muy diversos rubros.
Por Jaime Silva Bravo
Ecoprensachile
CURICÓ. La vida es una tómbola llena de oportunidades, pero éstas no favorecen a quien no está despierto, alerta y con disposición a emprender y perseverar. Una persona común puede llegar muy alto, pero para lograrlo necesita un conjunto de elementos: al menos voluntad, creatividad y empuje para no desfallecer a pesar de las dificultades propias de las iniciativas que desarrolle, e incluso para esquivar debilidades humanas, tales como la envidia…
FRUTERO
“Tenía como 16 años y yo iba con unas amistades a Lebu, compraba fruta y salía a venderla tirando una carreta por mi sector, que era Pehuén” (a 15 km de la ciudad), nos cuenta Francisco Silva Rojas (47 años), un particular personaje, muy locuaz e hiperactivo de toda una vida, que ha sido emprendedor desde temprana edad, habiendo incursionado en muy diversos rubros.
Con gran orgullo y matices de nostalgia recuenta: “estuve en las ventas, reparto de pizzas (en Concepción), cultivo de flores (ya en nuestra zona); reparando y negociando auto chocados, en transporte público, luego talleres de servicio automotriz ¡Y ahora restaurantes!”. Después de tres décadas este inquieto gestor ya califica como empresario. No en vano ha creado muchos puestos de trabajo, conformando un gran equipo que suma 120 colaboradores.
ARRIBO
“Nada hacía presagiar” en qué se convertiría el cabo Silva, cuando aterrizó en Curicó, allá por los 90… Uno de los más sorprendentes capítulos de esta historia personal es que Francisco, si bien se crió en una localidad rural de la Provincia de Arauco, regaloneado por su madre, la señora Eliana Rosa Rojas Toledo (paramédico de Pehuén), siempre sintió “atracción por el uniforme”. Fue así como obedeciendo a su acendrado espíritu patriótico se inscribió en la Escuela de Grumetes (Talcahuano), pero a poco andar supo que el mar no era su medio, ya que ni nadar sabía y las pruebas a las que fue sometido se lo demostraron a gritos. No obstante, el llamado vocacional estaba latente, así que ingresó al Ejército de Chile como conscripto voluntario; paralelamente había llenado los prospectos para ser Carabinero. Estando ya en el regimiento, le notificaron que se había sido aceptado en la Escuela de Formación de Carabineros en Antofagasta… “Dónde queda eso”, fue su pregunta inmediata, “su Chile” de la época se le acababa en Concepción… En fin, sin darle muchas vueltas, “se las emplumó” pa’l Norte Grande.
Cumplido el proceso respectivo, su primera destinación fue la Comisaría de Teno. De allí al Retén Comalle y un grato reencuentro con el mundo campesino… y los caballos. Por otra parte, debido a su personalidad, receptiva, sociable y empática, estableció fuertes vínculos con mucha gente de la zona; resultando clave para su futuro, Claudia Araya, entrañable amiga, hasta hoy.
ESTUDIOS
Conforme requisitos de la época, ingresó a la institución policial con segundo medio y como tenía habilidades para lo administrativo, pronto se dispuso a completar sus estudios. Egresó de cuarto (jornada nocturna) con muy buenas calificaciones. Mientras tanto, Claudia le hablaba de ir a la universidad; palabras mayores se decía, pero también tenía presente que siempre fue un anhelo de su madre. ¿Qué creen que ocurrió?… ¡Obviamente pues!, con el impulso de la amiga, el respaldo de doña Eliana y el invaluable apoyo de su jefe, el comisario Pedro Díaz (que gestionó su traslado desde Comalle a la Tenencia de Carreteras), se embarcó en ese desafío académico y… se tituló de contador auditor en la Universidad Católica del Maule (vespertina). Un sueño hecho realidad y gran herramienta para optimizar logros de algunos proyectos en desarrollo y otros tantos por crear.
AFECTOS
Nadie puede vivir sin afectos, ello es de naturaleza humana… y fue en la “U” donde Francisco vino a encontrar al amor de su vida, Andrea Navarro Poblete, estudiante que se tituló en Administración de Empresas y luego de cinco años de una sólida relación, hicieron familia.
¿Y cómo es que le vienen tantos proyectos a la mente?, le preguntamos, con legítima curiosidad ante tan diversos quehaceres. “No lo sé, siempre se me dio así. Desde bien chico era busquilla, interactuaba con medio mundo, hasta con las comunidades nativas de mi tierra, me querían mucho, yo era el ‘Panchito’ para ellos y como era bien respetuoso me trataban muy bien”, afirma.
Pero volviendo a los emprendimientos, a los negocios… “Lo que pasa es que una cosa lleva a la otra, partí comprando autos chocados, pactando con maestros los reparábamos y los vendíamos, en general me fue bien, aun que no siempre; como todo en la vida”, precisa.
“De allí derivé a un pequeño taller con maestros ‘propios’, después tuve radiotaxis; en el intertanto hice un cultivo de flores, luego un huerto de moras… y así hemos continuado dando la batalla con Andrea, agradeciendo las bondades de la vida… La verdad es que soy feliz con todo lo que hago… siempre le pongo harto cariño. Pero no hay proyecto que me importe más que mi familia. ¡Ellos lo son todo!”, me siento un gallo bendecido”, asegura con una convicción infinita y en manifiesta alusión a su fe.
GIROS
Después de recorrer la vida de nuestro entrevistado y de paso visitar cada una de las instalaciones que tiene funcionando, cuesta comprender cómo logra compatibilizar giros tan diversos. Eso no es común. Incluso nos contó que está iniciando un negocio de venta carnes (que será proveedora de los restaurantes) y de allí derivará a una ‘sanguchería’… sus emprendimientos no paran… son ¡full time!
Pero… de todo ello ¿Qué es lo que más le gusta? “Mis talleres me llenan, me dan la oportunidad de conversar con mucha gente… así uno también puede aprender de los demás”, concluye.
Como en muchos otros casos Francisco Silva Rojas no fue profeta en su tierra… pero, ha sido un gran emprendedor en la nuestra.