Los crudos detalles de una reciente y perturbadora jornada de violencia al interior de un centro de atención del Servicio Nacional de Menores (Sename), en la comuna de Providencia, vuelven a poner de actualidad los perfiles del dramático y penoso submundo en que viven y se “desarrollan” miles de niños y adolescentes en nuestro país.
Este episodio ha trascendido con singular notoriedad a raíz de videos (con audio incluido) que algunos vecinos grabaron y que se multiplicó miles de veces en las redes sociales.
Junto a las imágenes se escuchan los gritos de un menor que pide que lo dejen de golpear.
Entre las muchas reacciones conocidas hasta ahora está la de Patricia Muñoz, Defensora de la Niñez, quien catalogó el hecho como “indignante” y agregó: “Para quienes crean que residencias familiares son la solución, sin que el Ministerio de Salud y otros, respondan a su deber de asegurar una intervención integral a niños; atendiendo su salud mental, consumo y sus otros ámbitos de desarrollo, aquí tienen un ejemplo de que no lo son, sin el abordaje debido”.
Por su parte, el senador Juan Ignacio Latorre comentó que: “Estas expresiones de maltrato y abuso contra niños, niñas y adolescentes en residencias del Sename, dan cuenta que esta realidad no cambia por una modificación del nombre o de una actualización a la ley que no aborda temas estructurales”.
En verdad es doloroso y deprimente reconocer que hasta ahora ningún gobierno ha “tomado la sartén por el mango”, respecto de un tema que es de por sí complejo y que afecta más que nada a los segmentos socioeconómicos más pobres, incultos y vulnerables.
Una encuesta o catastro serio y responsable en este sentido, sin duda revelaría que el mayor porcentaje de estos niños (as) y adolescentes “internados”, son hijos de parejas pobres, en que tanto él como ella han caído en el vicio de la droga y el alcoholismo y los bebés, (casi nunca “programados”) nacen con enfermedades psicomotoras o graves desórdenes conductuales, que los llevan a convertirse en precoces delincuentes, perpetuándose un horrible círculo vicioso.
Hace falta más conciencia social; más ambiciosos y oportunos programas de rehabilitación; una más cariñosa preocupación y contención…todo ello, aunque cueste caro, porque estamos hablando nada menos que del futuro de miles de nuevos, honestos y responsables ciudadanos.