¿Qué fue de tu vida Rodrigo “Scaramelli” Salas?

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POR HÉCTOR ORELLANA ABACA

TALCA. En cada barrio, en cada plaza, siempre hay un niño que corre detrás de un balón soñando con convertirse en futbolista profesional. En el caso de Rodrigo Salas Pavez, ese sueño nació temprano y nunca se apagó. Desde pequeño, su vida estuvo marcada por la pasión, la humildad y la perseverancia; valores que lo acompañaron en un camino lleno de sacrificios, entrenamientos duros y aprendizajes que lo forjaron tanto dentro como fuera de la cancha.

Nacido y criado en Talca, Rodrigo creció respirando fútbol. En su barrio, las tardes se convertían en canchas improvisadas, los amigos en rivales, y el sonido del balón contra la pared en la música que marcaba el ritmo de sus días. “El fútbol fue siempre mi mejor refugio”, suele decir, recordando esos inicios donde la ilusión era más grande que cualquier obstáculo.

De espíritu humilde y carácter tranquilo, pero con una determinación inquebrantable, Rodrigo fue ganándose su espacio paso a paso. Su velocidad y su entrega lo destacaban entre los demás. Como delantero, era de esos jugadores que no dan una pelota por perdida, que corren hasta el último minuto, que inspiran al equipo con su esfuerzo silencioso. No le gustaba brillar por la palabra, sino por el trabajo constante, ese que solo se nota cuando el pitazo final encuentra a los mejores con el corazón rendido, pero satisfecho.

En esta edición dominical de Diario La Prensa, traemos a la memoria a Rodrigo Salas, conocido como “Scaramelli” el que representa al futbolista del pueblo, al joven que nunca se rinde, que lucha por sus sueños sin olvidar sus raíces. En su mirada todavía brilla esa ilusión de niño que corre tras el balón.

¿Cómo nació la pasión por este deporte?

“Como se hacía antiguamente, todo comenzó en el barrio, jugando en la calle con los amigos hasta altas horas de la noche. Ahí nació mi pasión por este lindo deporte. Jugué un par de años en Juvenil Seminario, bajo las órdenes del profesor Ildefonso Rubio, quien me recomendó a las divisiones inferiores de Rangers de Talca. Llegué en 1983 a la categoría segunda infantil, dirigida por el profesor Guillermo Medina, a quien recuerdo con mucho cariño por su entrega, su experiencia y sus consejos, que me ayudaron no solo a ser mejor deportista, sino también una mejor persona”.

Usted fue reconocido por su calidad y talento. ¿Por qué cree que su carrera no logró proyectarse más?

“Sinceramente, no fue por falta de talento ni de condiciones. En esos años había jugadores de gran nivel en el plantel, y era muy difícil debutar. Tuve la oportunidad de irme a Huachipato, a sus divisiones inferiores, gracias a la recomendación de un compañero de Seminario. Su tío era el encargado de captar jugadores con proyección. Sin embargo, decidí no ir, porque no quería estar lejos de mi familia. En 1987 llegó a Talca don Óscar Andrade, el mismo técnico que llevó a Rangers a la Copa Libertadores de 1970, con un proyecto para formar a las nuevas promesas del club. En 1988, junto a jugadores como Víctor Corrales, Cristián Montecinos, Boris Arellano y Rodrigo Salas, formamos un gran grupo. Don Óscar me recomendó a Ñublense de Chillán, dirigido por Isaac Carrasco. Estuve una semana a prueba y me dieron el visto bueno. Cuando debía firmar mi primer contrato profesional, justo ese día don Isaac renunció por diferencias con algunos dirigentes. Seguí en Rangers, formando parte de ese histórico plantel de 1988, que consiguió el ascenso a Primera División, junto a grandes compañeros como Ricardo ‘Tano’ Biondi, Gabriel Jeria, Germán Pino, Hermes Navarro, Pablo Prieto y Felipe Villalobos, quien convirtió el gol del ascenso. En 1989 me fui a probar a Curicó Unido y, al terminar un entrenamiento, se acercaron dirigentes de Juventud Ferro de Chimbarongo, de Tercera División. Me ofrecieron integrarme al equipo, lo conversé con mi familia y acepté. Jugué ahí durante los años 1989 y 1991. En 1992 tuve un paso fugaz por Deportes Linares, con el técnico José González, pero un nuevo reglamento que limitaba la edad a 23 años me dejó fuera, ya que tenía 24. Regresé a Rangers a mediados de ese año con Raúl Toro como entrenador. Luego vinieron etapas muy lindas: en 1993, con Hugo Solís, logramos otro ascenso a Primera División; en 1994, bajo Antonio Vargas; y finalmente, en 1995, con Guillermo Páez, cerré mi ciclo como jugador de mi querido Rangers de Talca”.

¿Se arrepiente de algo o siente que le faltó hacer algo en su carrera?

“No me arrepiento de nada. Logré todo lo que quise en el fútbol. Tuve la oportunidad de pasar por todas las divisiones: cadetes, tercera, segunda y primera. Estuve 13 años ligado a Rangers, en segunda y primera división, el club de mis amores, y eso me llena de orgullo. Lo más valioso fue conocer a grandes futbolistas y mejores personas, como el ‘Tano’ Biondi, Wilfredo Leyton, César Muena, Cristián Montecinos, Víctor Ibarra, José Acevedo y al gran capitán Pablo Prieto”.

¿Qué le dejó el fútbol como experiencia de vida?

“Este hermoso deporte me enseñó valores que conservo hasta hoy: la responsabilidad, el respeto y la humildad. Gracias a eso he tenido buenos resultados en la vida, dentro y fuera de la cancha”.

¿Sigue vinculado al fútbol actualmente?

“Sí, claro. Sigo participando activamente en dos agrupaciones: los excadetes de Rangers y el Club Social y Deportivo Rangers exprofesionales. Es una manera de seguir compartiendo con amigos y mantener vivo el amor por el club”.

¿Qué significa para usted formar parte del Club Social y Deportivo que lidera Pablo Prieto?

“Para mí es un orgullo enorme. Estar en esta agrupación es revivir los momentos más lindos de mi vida. Si volviera a nacer, sin duda volvería a practicar este maravilloso deporte que me dio tantas alegrías”.

Finalmente, ¿por qué le dicen “Scaramelli”?

“Ese apodo me lo puso mi gran amigo Ricardo ‘Tano’ Biondi, porque en esos años tenía un peinado parecido al del cantante Álvaro Scaramelli. Desde entonces, me quedé con ese sobrenombre (…) y con el cariño de todos los que me conocen así”.

Aunque el camino no siempre fue sencillo, Rodrigo jamás perdió el rumbo. Cada tropiezo lo convirtió en aprendizaje. Cada derrota, en motivación. Cada gol, en un recordatorio de que los sueños se construyen con esfuerzo y paciencia. Su historia no es solo la de un jugador que corrió tras la pelota, sino la de un soñador que nunca se rindió, porque para Rodrigo, el fútbol no es solo un deporte: es una forma de vida, una escuela de valores, una historia que se escribe día a día con sudor, humildad, esperanza y con la ilusión del soñador.