POR HÉCTOR ORELLANA ABACA
TALCA. En la ciudad, hay nombres que no necesitan estadio para ser recordados. Basta una cancha de tierra, un barrio unido y una historia de esfuerzo para que un deportista quede grabado en la memoria colectiva.
Ese es el caso de Patricio Sobarzo Domínguez: goleador nato, ídolo del fútbol juvenil chileno de fines de la década de 1970, y figura ineludible del Club Deportivo Santa Ana, Rangers de Talca y San Luis de Quillota. Nacido en 1959 y criado en el barrio norte de Talca, Patricio creció rodeado del amor de su madre, Elsa Domínguez; sus hermanas, Angélica y Sandra, y el permanente respaldo de tíos, primos y abuelos que lo acompañaron con afecto durante toda su vida.
Desde muy joven mostró su pasión por el fútbol. En los años 60 ya entrenaba en las series infantiles del club barrial que marcaría su carácter: el Club Deportivo Santa Ana. Allí, en canchas de tierra, pero llenas de identidad, se forjó como futbolista y como persona. Más allá del deporte, Patricio fue un hombre de lazos profundos.
En el Liceo Abate Molina no solo se formó como estudiante, sino que también cimentó amistades para toda la vida: Sergio Urzúa, Juan Muñoz, Fernando Sandoval, Óscar Sazo, Iván Galdámes y tantos otros con quienes compartió risas, anécdotas y una complicidad que perduró por décadas.
TRAYECTORIA
Pronto llamó la atención por su capacidad goleadora, su liderazgo natural y un espíritu competitivo que lo distinguía. Siendo aún adolescente, su nombre comenzó a resonar en los círculos futboleros regionales. En 1978 alcanzó su consagración: fue el máximo anotador de la selección juvenil de Molina, con la que clasificó a la fase final del Campeonato Nacional Juvenil disputado en Santiago.
En ese torneo brilló junto a otro gran talento, Hugo Rubio, formando una delantera temida por sus rivales. Sus cifras fueron impresionantes: marcó ocho goles en cuatro partidos y fue destacado por la prensa capitalina como uno de los mejores delanteros del certamen. Ese rendimiento le valió la convocatoria a la Selección Chilena Juvenil Sub-20, bajo la dirección de Pedro García.
Se integró a los entrenamientos en Juan Pinto Durán y participó en el triunfo internacional de Chile sobre Perú en Lima, donde representó al país con temple y talento.
La prensa deportiva lo apodó “el goleador de Molina” y lo catalogó como una de las grandes promesas del fútbol nacional. Luego dio el salto al profesionalismo.
Debutó en Rangers de Talca, cumpliendo el sueño de todo talquino: vestir los colores rojinegros en el fútbol mayor.
Allí demostró su garra y calidad, confirmando que no era solo una promesa juvenil. En 1980 fue fichado por San Luis de Quillota, donde fue acogido con gran afecto por la familia Álvarez Contreras.
Fue parte del histórico plantel que obtuvo los campeonatos Polla Gol y el Ascenso a Primera División ese mismo año. Su talento y entrega dejaron una huella imborrable en el club canario, donde compartió camarín con figuras como Mario Orlando Figueroa, Víctor “Pititore” Cabrera y Patricio Yáñez.
Pero fue junto a Jorge “Pindinga” Muñoz -su gran amigo y compañero de ataque- con quien forjó una dupla inolvidable, profundamente querida por la hinchada quillotana. La amistad entre ambos perduró con el paso del tiempo, y Patricio mantuvo el contacto con él hasta el final de sus días, recordando siempre, con orgullo y gratitud, los momentos compartidos dentro y fuera de la cancha.
RETIRO
Una lesión de rodilla lo obligó a retirarse antes de tiempo, pero no le impidió dejar una marca imborrable en cada club donde jugó. Fue un jugador talentoso, respetado y querido por compañeros, técnicos e hinchas. Tras su retiro del fútbol profesional, Patricio se dedicó al trabajo y la familia con la misma pasión que ponía en la cancha.
Trabajó en la Fábrica de Fósforos, luego en Calaf, Radio Taxis Talca y, desde 1994 hasta 2019, se entregó con esmero al transporte escolar.
Durante más de dos décadas trasladó con cariño y puntualidad a generaciones de niños del sector sur poniente de Talca: del Colegio Integrado, escuela Concentradas y Carlos Salinas. Vivió por años en la Villa Magisterio, donde forjó grandes amistades con sus vecinos, construyendo una vida de barrio marcada por la cercanía, la solidaridad y el respeto mutuo.
CALIDAD HUMANA
Patricio fue un padre, abuelo y tío excepcional: presente, comprometido y amoroso. Junto a su esposa Olga Casanova González, con quien compartió 50 años de vida en común, criaron a sus tres hijos -Carolina, Patricio y Matías- enseñándoles con el ejemplo, con valores de humildad, responsabilidad y entrega. Su casa fue siempre un lugar de reunión, contención y cariño para sus queridos nietos, Benjamín y Constanza, y para toda la familia extendida.
DECESO
El pasado 23 de julio de 2025, Talca despidió con emoción y gratitud a Patricio Sobarzo Domínguez. Su funeral masivo, realizado en la Catedral de Talca a las 16:00 horas, fue acompañado por su familia, amigos, excompañeros de equipo y decenas de vecinos que lo vieron crecer, jugar y vivir con sencillez y dignidad. Junto a él, su imagen más fiel: la Virgen del Carmen, de la cual fue siempre un devoto. Quienes lo conocieron no solo recuerdan a un gran futbolista, sino también a un hombre bueno, honesto, cariñoso, comprometido con su familia y con su comunidad.
Patricio Sobarzo Domínguez vive en el recuerdo de quienes lo amaron y admiraron. En sus goles imborrables. En su risa cálida. En cada niño que transportó y en cada cancha que jugó.
“Mi padre fue mi primer ídolo, dentro y fuera de la cancha. Me enseñó el valor del esfuerzo, la humildad y el amor por la familia. Su vida, hecha de goles, trabajo y generosidad, marcó a todos quienes lo conocieron. Hoy vive en cada recuerdo, en cada consejo, en cada abrazo que me falta”, dice su hijo Patricio.