
De la dinastía del básquetbol talquino
POR HÉCTOR ORELLANA ABACA
TALCA. En la ciudad hay historias que no caben en las estadísticas ni en los trofeos. Historias que se escriben en las canchas de barrio, en los tableros gastados, en las tribunas llenas de gente que vibra con el básquetbol. Una de esas historias es la de Pedro Barraza, nacido en el Barrio Oriente, criado entre deportistas y formado bajo el ejemplo de su padre Federico y la complicidad de su hermano Julio.
Su vida ha sido una combinación hermosa entre esfuerzo, disciplina y amor por su ciudad. Jugó por pasión, estudió por convicción y construyó un legado que hoy atraviesa a cuatro generaciones de su familia, todas unidas por una pelota naranja y una camiseta que sienten como una segunda piel.
Pedro es parte de la época dorada de Español de Talca, pero también es parte de algo más profundo: la memoria afectiva de una ciudad que respira básquetbol. Agradecido de lo vivido, orgulloso de lo entregado y emocionado por lo que continúa en sus hijos, sobrinos y nietos, habla más desde el corazón que desde las estadísticas.
Esta es la historia en Diario La Prensa, de un hombre que no se guardó nada y que, con humildad y convicción, convirtió el deporte en un modo de vivir.

¿Cómo nace la historia, Pedro?
“Yo nací en el populoso Barrio Oriente de Talca. Crecí mirando a mi padre, Federico, un deportista extraordinario, sobre todo en el fútbol; era de esos jugadores que la gente recuerda. En nuestra familia el deporte era parte del día a día, y mi historia con el básquetbol comenzó gracias a mi hermano Julio. Él fue quien me llevó a la cancha por primera vez y quien me convenció que ese podía ser mi camino. Así empezamos a jugar juntos en el Atlético Comercio, pasando por todas las series hasta llegar a adultos. Ahí nació esta pasión que me ha acompañado toda la vida”.
¿Hay un momento decisivo que marque su vida deportiva y profesional?
“Sin duda. A los 19 años, la Universidad Técnica del Estado me abrió las puertas por mis condiciones deportivas, y eso cambió mi vida. En paralelo comencé a estudiar contador auditor, una carrera que me ha sostenido hasta hoy. Gracias a esa oportunidad pude construir un futuro, una profesión y una vida tranquila”.

¿Y su llegada a Español de Talca?
“Fue en 1980 cuando Patricio Herrera me integró al plantel profesional de Español. Ahí empezó un vínculo que marcó mi historia. Hubo un tiempo en que tuve que alejarme por los estudios y me perdí el título de la Dimayor 81, algo que aún recuerdo con una mezcla de nostalgia y orgullo. Pero luego volví y estuve en todos los torneos hasta mi retiro en 1992. También jugué una temporada en Liceo de Curicó, una ciudad que me recibió con cariño y donde hice grandes amistades. Al retirarme seguí ligado a Español, porque uno nunca se despega del lugar donde aprendió a ser quien es”.
¿Fue parte de la época dorada de Español?
“El básquetbol en Talca era una fiesta. Las canchas llenas, la gente apoyando, una energía que no se olvida. Nuestro plantel estaba formado por puros talquinos, y eso nos daba un sentido de identidad enorme. Jugábamos con el corazón. Estaba mi hermano Julio, los Araya, Belmar, Juan Martínez… Éramos más que un equipo: éramos una familia defendiendo una ciudad.
Nuestro estilo de juego tenía algo especial, algo nuestro. En Talca no era fácil que nos ganaran y cuando salíamos a otras canchas dejábamos la vida. Detrás de nosotros había dirigentes excepcionales, como: Luis Cerda y César Aldana, verdaderos pilares del básquetbol chileno. Fueron tiempos hermosos”.
¿Se sintió reconocido en su ciudad?
“Mucho. Ser talquino es un orgullo. Aquí crecí, estudié, trabajé y defendí la camiseta del Quijote. Esta tierra me dio una identidad, un hogar y un camino”.
El apellido Barraza es parte viva de la historia del básquetbol chileno. ¿Qué significa eso para usted?
“Es un orgullo difícil de describir. Somos cuatro generaciones de basquetbolistas. Y todos han tenido carreras destacadas, incluso como seleccionados chilenos.
A veces escucho que dicen que Valdivia es la catedral del básquetbol, y está bien, es una gran ciudad para este deporte. Pero si uno mira con calma, muchos de los grandes referentes del básquetbol chileno son talquinos… y varios llevan nuestro apellido.
Yo soy padre de Tomás, Pedro y Pablo. Pablo jugó muchos años en el sur y hoy es capitán de Español. Julio, mi hermano, es el padre de Julio Barraza. Mi hermana Ximena es madre de Samuel y de Francisco, el querido ‘Tachuela’ Bravo. En cada partido siempre hay un Barraza o un Bravo en la cancha, y eso emociona.
Cuando veo jugar a Pablo, siento algo que no se puede explicar. Me recuerda mis propios años de jugador y el corazón me late más fuerte. Es como volver en el tiempo”.
¿Cómo ve al Español de hoy?
“Lo veo con dificultades, como muchos clubes, porque el financiamiento es complejo. Pero admiro profundamente el esfuerzo de los actuales dirigentes. Luchar para mantener a Español en la Liga Nacional, pese a todo, es un acto de amor por la institución”.
¿Qué le dejó el básquetbol?
“Me lo dejó todo. Todo lo bueno que tengo en la vida se lo debo en gran parte al básquetbol: disciplina, rigor, amistad, sacrificio, trabajo en equipo.
Gracias al deporte pude estudiar, formé una familia, eduqué a mis hijos. Pablo, además de ser jugador activo, es cirujano dentista y ejerce; eso me llena de orgullo.
El básquetbol me enseñó a vivir”.

¿Qué hizo después de dejar la carrera profesional como jugador?
“Me dediqué a ejercer como contador auditor, pero jamás me alejé de Español. Por gratitud, por cariño, por historia. En 2012 tomé las divisiones inferiores. En 2013, junto al profesor Abreu, fuimos campeones del Domani. En 2013 y 2014 estuvimos al mando del primer equipo y tuve el honor de ser su ayudante. Además estuve un año como dirigente.
Traspasar mis experiencias fue hermoso. Lo digo de corazón: soy un agradecido de esta institución que me permitió crecer”.

¿Cuál es su presente, Pedro?
“Tengo 64 años y me preparo para jubilarme. Llevo una vida tranquila, en paz, llena de gratitud. He vivido momentos únicos, irrepetibles. Me encantan las reuniones familiares donde el básquetbol está en el aire, donde se conversa, se ríe y se recuerdan historias.
Tengo la tranquilidad de haber corrido siempre la milla extra. Me exigí al máximo. No me guardé nada. Hoy estoy en armonía conmigo mismo porque sé que entregué todo lo que tenía y podía”.

Pedro guarda silencio unos segundos antes de despedirse. Mira hacia atrás, hacia los abrazos después de una victoria y las lágrimas que también le enseñaron a levantarse. Su voz se quiebra apenas, lo justo para entender que detrás del jugador, del profesional, del dirigente y del padre, hay un hombre que vivió intensamente, que amó su deporte con honestidad.
Se entiende que algunas historias -como la suya- no terminan: simplemente continúan en otras manos, en otros sueños, en otros latidos.


