¿Qué fue de tu vida Sergio “Checho” Albornoz?

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POR HÉCTOR ORELLANA ABACA

 

TALCA. Desde muy joven, Sergio Albornoz comprendió que el fútbol no solo se juega con los pies, sino también – y, sobre todo- con el corazón.

En esta jornada dominical de Diario La Prensa, traemos a la memoria viva a un hombre cuya historia comenzó lejos de su tierra, en las cadetes de Unión Española, donde llegó con sueños gigantes y un bolso que parecía pesar más que él. Allí aprendió el valor de la humildad, del trabajo silencioso y del respeto profundo por cada camiseta y cada compañero que el destino ponía en su camino.

Pero la vida, caprichosa y generosa, lo trajo a Rangers de Talca, el club del que su padre era un hincha apasionado y que para Sergio representaba identidad, pertenencia y familia. Ingresar allí fue reencontrarse consigo mismo.

El fútbol no solo le enseñó tácticas o jugadas: le enseñó a valorar el sacrificio, a respetar a quien camina a su lado, y a comprender que la disciplina es una forma de amor propio. También le regaló grandes amistades y referentes, como Ricardo “Tano” Biondi, Pablo Prieto, Roberto Rosales y Hermes Navarro, quienes lo acogieron con humanidad y lo guiaron con el ejemplo más noble.

Aunque Sergio siempre sintió que a los talquinos les cuesta ser profetas en su tierra, jamás dejó que eso apagara su entrega. Con el tiempo decidió cerrar su etapa profesional. Y aunque confiesa que quedaron cosas por hacer, hoy mira hacia atrás con gratitud. Porque cada entrenamiento bajo la lluvia, cada viaje interminable y cada abrazo en camarines lo formaron no solo como futbolista, sino también como ser humano.

Sergio Albornoz quizá dejó el fútbol de manera profesional, pero jamás dejó de ser lo más importante: un hombre noble, humilde y agradecido de la vida que le tocó jugar.

 

¿Cómo empezó el amor por el fútbol?

“La pasión nació donde nacen las cosas verdaderas: en la infancia, en las calles, en esas pichangas interminables donde uno jugaba hasta que el sol se escondía y las luces de las casas empezaban a prenderse. Ahí, entre risas y pelotas gastadas, descubrí que el fútbol era mi lugar. Un día supe que habría pruebas en Unión Española. Vivíamos cerca del estadio y, con el corazón latiéndome fuerte, fui con mis amigos. Nunca imaginé que ese día me cambiaría la vida. De todos, quedé solo yo. Era 1979, tenía apenas 12 años, y de golpe ese juego de barrio se transformó en mi sueño más grande. Entré a tercera infantil con el profe Raúl Angulo, y luego seguí con el profe Manuel Rodríguez. Cada entrenamiento era un mundo nuevo, un aprendizaje. Pero el destino quiso que por el trabajo de mi padre nos mudáramos a Talca… y yo me fui con una maleta llena de ilusiones”.

 

¿Y cómo llega a Rangers?

“Fue casi una señal. Estaba jugando un campeonato escolar representando a mi colegio cuando destaqué entre los compañeros. Y ahí apareció el profesor Héctor ‘Castaña’ Espinoza, quien me invitó a entrenar a las cadetes de Rangers. Cuando supieron que venía de Unión Española, me abrieron las puertas sin dudar. Así empezó mi historia con el equipo que, sin saberlo aún, marcaría mi vida para siempre”.

 

¿Su trayectoria, Sergio?

“Entre 1979 y 1980 estuve en Unión Española. En 1981 defendí a San Martín Boys, y desde 1982 al 86 pasé por todas las cadetes de Rangers, creciendo, madurando y soñando cada día. En 1987 me fui a préstamo a Deportes Victoria, gracias al profesor Guillermo Medina, quien confió en mí. En 1988 volví a Rangers y viví uno de los momentos más hermosos: fui parte del plantel que logró el ascenso a Primera División. En 1989 fui a préstamo a Deportes Laja, y en 1990 regresé nuevamente a Rangers, aunque solo participé en campeonatos de apertura. Y después… decidí cerrar el capítulo del fútbol profesional. Una decisión difícil, pero necesaria en su momento”.

 

¿Sus mejores recuerdos en el fútbol?

“Los mejores recuerdos no son los goles, ni los triunfos: son las personas. Haber compartido camarín con figuras como el ‘Tano’ Biondi, Pablo Prieto, Roberto Rosales y Hermes Navarro… fue un privilegio. Yo era de los más jóvenes, y ellos siempre tuvieron una palabra, un consejo, un gesto. Me hicieron sentir parte. Me enseñaron que, en el fútbol, como en la vida, lo que importa no es solo el talento, sino la nobleza”.

 

¿Qué significó vestir la camiseta de Rangers?

“Fue tocar el cielo. Fue hacer realidad un sueño que venía desde mi padre, que era fanático del club. Cada vez que entraba a la cancha con la rojinegra, sentía que caminaba con él.
Ver a mi familia emocionada, sabiendo que estaba donde siempre quise estar… eso no se olvida nunca”.

 

¿Qué le enseñó el fútbol?

“El fútbol me enseñó a ser persona antes que jugador. Me enseñó respeto, disciplina, sacrificio y humildad. Me enseñó a caer y levantarme mil veces. Es cierto… quedaron cosas por hacer. Me habría gustado consolidarme más, mostrar todo mi potencial. En Victoria y Laja siempre fui titular, siempre rendí. Pero uno siente que al talquino le cuesta más ser profeta en su tierra. Aun así, todo lo vivido me hizo ser quien soy”.

 

¿Momentos realmente emotivos?

“Uno de los momentos que más guardo en mi corazón fue cuando pasé al primer equipo. De ser el chiquillo que llegaba con su bolso todos los días, pasé a tener mi número, mi ropa, mi canastillo. Ese día no solo me sentí jugador profesional… me sentí parte de algo grande.
Otro momento que jamás olvidaré es el gol en el clásico frente a Linares, en Talca. Ganamos 1-0 con gol mío. Escuchar el estadio gritarlo… eso no se puede describir. Eso se siente en el alma”.

 

¿Qué vino después del fútbol profesional?

“En 1992 me fui a Constitución, donde me dediqué al trabajo y a mi familia, pero nunca dejé el fútbol. Seguí jugando amateur, porque uno nunca deja de ser futbolista aquí -en el corazón-. Después de 20 años regresé a Talca y volví a encontrarme con amigos de toda la vida, como: Juan Salgado y Felipe Villalobos. Hoy estoy ligado al Club Internacional Atlético Comercio y formo parte del Club Social y Deportivo Rangers, presidido por el gran capitán Pablo Prieto. Es bonito cuando la vida te lleva de vuelta al lugar donde fuiste feliz”.

 

¿Qué papel ha jugado su familia en este camino?

“Ha sido mi motor, mi fuerza y mi refugio. Le agradezco a mi señora, Roxana Carrasco, que ha estado conmigo en cada paso. A mis hijos Jenny, Sergio e Ivanna, que me han dado razones para seguir siempre adelante. Y a mis cuatro nietos: Josefina, León, Antonia y Alma… ellos son mis nuevas alegrías, mis goles más lindos. Todo lo que viví en el fútbol lo comparto con ellos. Y todo lo que soy, se los debo a ellos”.

 

Hoy, al repasar la historia de Sergio Albornoz, no solo aparece el futbolista habilidoso, el puntero izquierdo que dejó huella en cada cancha donde jugó; aparece también el hombre que nunca perdió la humildad, que entendió que el respeto y el sacrificio son más grandes que cualquier triunfo, y que los sueños se construyen día a día, con el corazón por delante.

Sergio es de esos jugadores que quizás no siempre llenaron portadas, pero sí llenaron almas: la de su familia, la de sus compañeros y la de todos quienes vieron en él a un talquino que luchó por su tierra, por su camiseta y por su legado.

Un hombre que entendió que los sueños no terminan: solo cambian de forma.